Aspectos psicológicos más frecuentes del niño adoptado
A partir de la década de los ’90, la situación socioeconómica española ha hecho disminuir progresivamente el número de niños nacidos en nuestro territorio que necesitan una nueva familia por medio de la adopción.
La disminución de la fertilidad de muchas parejas, y la incorporación de nuevos modelos familiares, iniciaron el camino de la adopción internacional para muchas familias que desean hacer realidad su deseo de paternidad.
Durante la última década, España se ha convertido, por número de adopciones por habitante, en el segundo país del mundo en adopciones internacionales, después de Estados Unidos.
Los niños que se adoptan
Hasta hace unos años, los únicos niños que se proponían para la adopción, tras la renuncia o abandono por parte de su familia de origen, eran bebés.
En estos momentos las características de los niños que se adoptan también han ido variando: niños y niñas de corta edad; niños y niñas mayores; grupos de hermanos; niños de otras etnias, y niños que han nacido en otros países.
Los niños que se proponen para la adopción necesitan una nueva familia después de un período de convivencia con su familia biológica; o con una familia de acogida; o han vivido en hogares o centros de menores. Como cualquier otro niño, han establecido vínculos afectivos y traen consigo vivencias, recuerdos y experiencias de la historia que les ha tocado vivir.
No siempre el entorno en el que han crecido ha sido adecuado para satisfacer las necesidades del desarrollo infantil. Su paso por instituciones, masificadas y con escasos recursos, pueden haber dejado secuelas tanto en su salud física como psíquica actual.
Las sucesivas vinculaciones con adultos diferentes que le han acompañado en diversos momentos de su vida, y, en los casos de adopción internacional, el corte radical y brusco con todo aquello que conocían, sabían y podían predecir puede traer aparejadas dificultades en los procesos de vinculación futura.
Necesidades de los niños adoptados
Los niños que han visto interrumpida la relación afectiva con su familia de origen, que han vivido en instituciones de protección, en familias de acogida, etc. necesitan integrarse en el seno de una familia emocionalmente estable y segura; preparada y capaz de superar mayores dificultades que las habituales en la crianza de un niño.
Un grupo familiar que les ayude a reparar las secuelas de sus daños físicos (retraso ponderoestatutal, raquitismo, malnutrición, etc.); sus heridas emocionales (un poco más complejas de sanar que los males del cuerpo); y cognitivos (por la escasa estimulación recibida, la falta de experiencias previas de aprendizaje sistematizado, etc.).
Una familia que sea capaz de ayudarles a reconciliarse con su propio pasado, con su historia y con sus orígenes. Que preste especial atención a su diversidad: diversidad genética; diversidad cultural; diversidad étnica; diversidad de lenguas; y diversidad en sus procesos de vida que hacen necesaria una respuesta social y educativa que tenga en cuenta su historia personal.
Y que les apoye en la construcción de su identidad, identidad doble que procede tanto de su familia de origen como de su familia adoptiva y que necesita ser recreada y asumida con un adecuado proceso de reconciliación con sus orígenes.
La consulta postadoptiva
Los motivos de consulta que acercan a las familias a solicitar un asesoramiento especializado suelen estar referidas a: dificultades en el proceso de vinculación, problemas de comportamiento, problemas de adaptación escolar, trastornos de lenguaje y dificultades de alimentación.
Situaciones que pueden dificultar la vida familiar habiendo transcurrido un tiempo desde la incorporación del nuevo integrante.
Dificultades en el proceso de vinculación
La falta de figuras de apego seguro en las primeras etapas de la vida, por el abandono de la familia de origen y los cambios frecuentes del personal cuidador en las instituciones donde han permanecido, tiene su repercusión frente a cada nuevo intento de vinculación.
En ocasiones los niños muestran, en los primeros momentos, reacciones contradictorias y ambivalentes que se manifiestan en los momentos de separación y de reencuentro, pueden alternar entre tristeza, pérdida de respuestas emocionales, retraimiento, reacciones agresivas, temor o hipervigilancia, insensibles en algunas ocasiones al consuelo.
Este tipo de dificultades en la vinculación son frecuentes en los niños que han tenido cuidados inadecuados y, en ocasiones, vienen acompañadas de comportamientos en forma de “conducta pegajosa” o una “afectividad indiscriminada” hacia los extraños, con manifestaciones de llamadas de atención.
En muchas ocasiones, los niños presentan una excesiva dependencia de la presencia física de los padres, que nos habla de su necesidad de constatar que no se producirá una nueva situación de abandono.
Frente al estado de desconcierto que la nueva situación afectiva produce, muchos niños viven durante cierto tiempo en un estado de alarma emocional permanente, y reaccionan de forma desmedida tanto frente a situaciones de angustia como a situaciones de alegría.
Dificultades en el ámbito escolar
Acorde la edad del niño y a la realidad laboral de sus nuevos padres, es probable que transcurrido poco tiempo desde su llegada, el menor tenga que realizar el esfuerzo de incorporarse a la vida escolar.
La idea de “normalizar” la situación y permitir el contacto con otros niños apresura el ingreso en la escuela, cuando los niños aún se encuentran perplejos frente a tanto cambio acontecido, sin las bases de un apego adecuado con sus nuevas familias.
Este ingreso a la escuela, que en algunos casos suele hacerse de forma abrupta, puede ser percibido por los menores como un nuevo abandono por la similitud con las situaciones vividas en el centro de menores del que proceden (muchos niños al cuidado de unos pocos adultos), y el temor a perder a su nueva familia.
En su mayoría, los niños suelen incorporarse en el curso que corresponde a su edad cronológica, acorde a la legislación educativa vigente, sin tener en cuenta las dificultades de comprensión y expresión del nuevo idioma, ni la carencia de experiencias previas de aprendizaje, ni la estimulación poco adecuada recibida en los años anteriores.
En algunas ocasiones, aunque la integración inicial haya podido ser buena, puede presentarse un empeoramiento en las conductas de los niños, con dificultad para aceptar las normas y, en algunas ocasiones, conductas de desafío a la autoridad del adulto. El niño necesita comprobar que el profesor le acepta, que el vínculo establecido con él es seguro.
Esta necesidad de reclamar mayor atención por parte del adulto tiene su origen en las dificultades que el proceso de apego ha presentado en la vida de muchos de estos niños.
Estas circunstancias pueden tener repercusión en su capacidad de comprender y asimilar los nuevos aprendizajes. Con frecuencia pueden presentar dificultad para concentrarse y atender, y para permanecer quietos durante largos periodos de tiempo, situaciones que motivan su bajo rendimiento académico, y en algunas ocasiones un diagnóstico erróneo de hiperactividad, con o sin déficit de atención.
La asimilación de los contenidos aprendidos es dispar y con frecuencia olvidan lo ya aprendido, por lo que su aprendizaje se muestra muy irregular. Es como si les faltara autonomía y motivación para emprender las tareas, en particular, para continuarlas y acabarlas una vez iniciadas.
Los fracasos académicos reiterados y, en algunas ocasiones, sus dificultades de relación social les desmotivan. Su autoestima suele ser baja, y su tolerancia a la frustración escasa.
En ocasiones, el sentirse diferentes a los demás – sea por su origen étnico, su forma de integrarse en la familia, sus dificultades de aprendizaje, la falta de habilidades sociales para afrontar las discrepancias – los llevan a poner en práctica una batería de conductas agresivas como forma de defenderse frente a lo que sienten una exclusión.
Dificultades de los adolescentes
Para los hijos adoptivos la adolescencia es una etapa de conflictos. Conflictos propios de la edad y conflictos por su condición de adoptados.
La adolescencia es la etapa en la que se debe elaborar el duelo por la pérdida del cuerpo de la infancia, que en esta etapa cambia y se vuelve diferente. En el caso de los adoptivos, este cambio suele generar angustias y ansiedades ya que no disponen de parámetros para saber cómo podrá ser el nuevo por desconocer, en muchos casos, datos sobre su familia biológica.
Deberán elaborar el duelo por la pérdida de los padres de la infancia, omnipotentes y todopoderosos, para intentar establecer vínculos adultos con ellos, como todos los adolescentes. Y, al mismo tiempo deberán elaborar el duelo por la pérdida de su origen; y el duelo por sus padres biológicos, a quienes probablemente no conocieron, pero que en muchas ocasiones habrá imaginado o fantaseado.
Una particularidad característica de los adoptados es que desde el momento de su ingreso a la familia adoptiva deben asumir una vida diferente a la que hubieran podido tener de haber permanecido con sus progenitores.
Las dificultades para establecer nuevas vinculaciones aún pueden perdurar y, frente a la necesidad de sentirse valorados y aceptados por sus iguales, algunos adolescentes pueden llegar a desplegar una serie de conductas de “manipulación afectiva” para mantener amistades por medio de regalos; o se exponen a relaciones sexuales promiscuas y sin medidas de protección que pueden desembocar en embarazos no deseados; o coquetean con el alcohol y las drogas.
El fracaso en la adopción
Los estudios españoles más destacados sean los de Ana Berastegui (2003 - 2005), y Jesús Palacios (2004).
Ambos coinciden en que la gran mayoría de las familias adoptivas logran, con mayor o menor esfuerzo, una integración plena, pero también constatan un porcentaje considerable de familias que se enfrentan a dificultades a la hora de establecer una relación afectiva tras la llegada del nuevo integrante, y familias que no la logran alcanzar nunca.
Según la investigación de Berastegui, un 1,5 % de las adopciones de niños menores de tres años llevadas a cabo en la Comunidad de Madrid, entre 1997 y 1999, acabaron con el reingreso del menor en el sistema de protección en los primeros 18 – 24 meses de convivencia con la familia. Porcentaje que se eleva hasta un 6,7 % de las adopciones de niños mayores de seis años.
El amor no siempre alcanza para hacer frente a algunas situaciones que enfrentan las familias adoptivas, y se hace necesario buscar ayuda profesional especializada.